#ElPerúQueQueremos

Un instante de ti

Dedicado a ti que no dejas de sonreír, de amar, de vivir.

martin cabrera

Publicado: 2014-10-31

De pronto uno siente que no lo puede creer, que la felicidad es exagerada y que aquel es un acontecimiento que en un mundo de (in)justicia podría serte negado. Todo ello produce aquel miedo natural a perderlo todo, porque conoce bien cómo es que pasan las cosas en el mundo y cómo es que el destino entrecruza los designios de ese dios apocado por la soberbia connatural a nuestra especie. Así recibí la noticia de su embarazo, a mitad de un examen, en medio de muchas personas que luego de la noticia me hicieron sentir más solo. No lo podía creer y lo único que desee con todas mis fuerzas fue que sea varón. 

Los primeros meses, por esas cosas de la vida a las que uno prefiere no darle vuelta por la sensación de confort que pueden generarte, o por el temor oculto de tomar decisiones que la edad convierte en montañas infranqueables, decidimos, si acaso fue una decisión verdadera, mantenernos juntos a la distancia. No fui justo ni leal. Cometí errores y excesos que el tiempo convirtió en duras experiencias que todavía galopan en mi cabeza agitando mi corazón con esa sensación de sofoco que se estrella en el pecho. Algún día, tiempo después, se enteró que antes de casarnos un absurdo affair trastornó la inquebrantable confianza que hasta hoy nos mantiene juntos. Pero hasta entonces, a la pena que producía la distancia, se sumaban las otras tantas que pude evitar pero no lo hice.

Confiábamos en nuestra historia juntos y en el capítulo que por entonces se estaba escribiendo. Las visitas al médico se convirtieron en un impostergable hito que poco a poco iba delimitando las fronteras de aquel lugar todavía desconocido para ambos. Estuve en la mayoría, desee estar en casi todas, quizá falté a las más importantes. En algún momento dudamos y nos interrogamos si debíamos o no mantenernos visitando al mismo médico para sus controles; decidimos finalmente que debíamos visitar al médico que mi familia siempre visitó, más que nada por aquel vínculo parental que a partir de la confianza 'deconstruye' el perfil profesional y convierte al pariente en la mejor opción. Así decidimos que él sería el médico que nos acompañaría hasta el final del camino.

Desde entonces y hasta el día de hoy no dejo de pensar en aquella experiencia capaz de hacerte sentir que trasciendes. Te escribí muchas cartas y te dedicaba horas enteras en las que no hacía otra cosa que pensar en ti, en cómo serías cuando llegaras al mundo. Me imaginaba reflejado en el brillo de tus ojos que era, por entonces, todo lo que podía imaginar, y hasta soñé contigo. Disfrutaba encandilado cada gesto, cada mueca, cada manifestación de alegría reflejada también en el rostro de tu mami, quien por obvias razones te esperaba con muchas más ansias. Es en momentos como este, cuando me pongo a repasar la experiencia de haberte traído al mundo, para quedar nuevamente maravillado. La vida, desde entonces, no ha dejado de ser maravillosa, aunque por un momento dejó de serlo.

Cuando repaso aquel día todavía siento esa sensación extraña como de adormecimiento en mis pies, la falta de aire, la tensión en las manos y unas ganas de salir corriendo sin rumbo fijo. El día anterior, muy temprano, antes incluso que el sol se asomara, tu mami sintió como que ya querías salir. Hacía poco más de dos meses que veníamos arrastrando la preocupación de esos vertiginosos espasmos que conforme avanzaban los días asustaban mucho más. Eran contracciones incontenibles que debían ser contenidas, era lo que prescribía el médico, por lo que ella tuvo que someterse a medicamentos que debían evitar que insistieras en esas ganas locas de salir corriendo, desde el vientre de tu mami, sin rumbo.

Por la noche, advertimos que dejaste de moverte como hasta entonces lo venías haciendo; como ya no lo hiciste en el almuerzo, cuando apenas pudimos saber de ti. Era una cosa como de espectáculo verle la barrigota a tu mami, convertirse en una cosa casi geométrica medio deforme que variaba de una forma a otra de manea violenta que asustaba. Entonces decidimos llamar al doctor para que nos diga que todo iba bien, pero no lo ubicamos. Así que nos embarcamos en el auto con mis papás, mi hermana y su hija, al hospital, para ingresar por el área de urgencias, desconociendo por completo que una situación como esas iba a ser descrita como una verdadera urgencia.

La pésima atención del servicio de salud, que tuvo cono insoslayables características del sistema de abusos e indiferencia al que todos los asegurados son sometidos diariamente -un par de frases que estuvieron demás- nos apabulló. "Si no te quedas vas a tener problemas y puedes perder al bebé", dijo la obstetra quien, a decir verdad, hacía mucho tiempo -y particularmente en ese preciso instante- había perdido mi confianza. Y no era para menos, pues ante los ojos de cualquiera, ella seguía siendo la ex presidenta regional de Tumbes, la que tenía derecho a decirte lo que creía conveniente y como lo creía conveniente.

Para no decidir, le pedí a tú mami que lo haga y me dijera si quería o no quedarse. De ninguna manera, me dijo y nos fuimos, retomando las ganas de comer anticucho de mi hermana, que se vieron frustradas luego del intercambio ocioso de opiniones de mis padres, quienes apenas una sola vez dijeron que debió quedarse hospitalizada. Irritación del cuello uterino fue lo que la ex presidenta regional de Tumbes dijo que tuvo tu mami, la misma que mucho antes le había dicho al pueblo tantas cosas que incumplió.

Por la noche y como nunca antes lo había hecho, abracé a tu mami con todas mis fuerzas, procurando sin conciencia, quizá, llegar hasta ti y sentirte. Ya era domingo, 3 de octubre, y habían elecciones municipales y regionales. Para suerte de ambos ninguno era miembro de mesa. Fuimos a votar temprano y luego a almorzar con la preocupación de tu quietud. Antes los mariscos hacían que el interior del vientre de tu mami pareciera una licuadora con el giro invertido, pero esta vez no; se había convertido en algo así como una enorme pecera vacía excepto por ti.

Coloqué las manos tantas veces me lo pidió tu mami que lo hiciera motivada por la preocupación que ya mismo se convertía en angustia. No sé si era un efecto placebo, o no, pero te sentía, te lo juro, y ella también. A estas alturas ya eran casi las cinco de la tarde y el destino de Tumbes y de acaso la peor de las historias protagonizadas por un gobernante, por sórdida y corrupta, se escribía. Ganaba el que hoy está prófugo. Pero eso no nos importó y para entonces ya estábamos en la clínica del médico que te traería a este mundo que, como dicen los viejos, lo primero que nos arrebata es el llanto (hablo del mundo).

El médico revisó a tu mami. Le tomó la mano con la que tenía libre y con la otra colocó el extremo del frío estetoscopio sobre su panza para buscar las señales que desde los primeros meses fueron el motor y motivo de infinitas alegrías. En ese momento por mi cabeza pasaban como escenas proyectadas en el ecran de mis sueños las sonrisas de mi tía Cani, tan valiosas por la alegría inconmensurable que representaban, como también por el esfuerzo que le significaban al producirse. Porque hasta el 21 de abril del mismo año, ella no dejó de sonreír por ti, a pesar de las dificultades para respirar que la fibrosis pulmonar le produjo, hasta agotar su vida de a poquitos.

No sé cómo fue que pasamos de un momento inmarcesible para nuestras vidas, considerado como el rompe-aguas para nuestra especie por toda la carga emotiva que durante cientos de años llevamos a cuestas, a un momento crítico que solo los médicos pueden describir con esas palabras y gestos tan adustos y fríos que lo colocan a uno en la posición de cosa, cuando no menos, denominado sufrimiento fetal, que ni los dos chocolates que tuvo que comerse tu mami para lograr que reacciones y vuelvas a ser el renacuajito inquieto que se movía de un lado al otro de la pecera, pudieron revertir. Entonces eran casi las once de la noche y el anuncio acababa de ser pronunciado: debo operarla de emergencia, la situación es un poco difícil, tendrás que llevártelo a Piura en una ambulancia tan pronto nazca porque en Tumbes no hay neonatólogo, dijo el doctor.

Te juro que ese día te amé como jamás pude amar nada ni a nadie y que estaba dispuesto a hacer lo necesario desde ese día y para siempre para que seas el mejor. Tu nombre había sido decidido hacía meses: Facundo. Cani sonreía -con dificultad- cada vez que lo escuchaba y lo repetía, pero le gustaba. A mi papá también pero antes de decir que era así sonreía preguntándome el motivo que nos había hecho decidir llamarte así, porque parecía un nombre de negro, así le sonaba. Muchachos locos decían los otros.

Tuve mucho miedo. Hacía casi dos años que había dejado de fumar por completo por los problemas al colon que un médico me diagnosticó, despejando -dos biopsias previas- la existencia de algún cáncer. Pero en ese preciso momento, de haber sido posible, hubiera decidido haber enfrentado una enfermedad como esa a cambio de tenerte sano, porque hasta momentos como esos es que uno aprende lo que es ser papá. Antes que ella entre al quirófano tuve la extraña sensación que ese día sería difícil, pero me reservé ese sentimiento y pretendí extinguirlo, difuminarlo en el aire, con el humo de los tres cigarrillos que me fumé tan pronto ingresó tu mami a sala.

A las once y cuarenta de la noche se asomó la esposa del doctor, yo estaba afuera de la clínica pensando en lo que debía hacer exactamente, esperando la respuesta de algún doctor con el que me había contactado para asegurar la ambulancia que te conduciría a Piura, donde aquel neonatólogo desconocido, que ya mismo se había convertido en una suerte de seguro o garantía para tu salud, porque en Tumbes no existía. Qué crueldad, pensaba, que tantas personas en esta situación tengan que agudizar su angustia con preocupaciones como estas, contratar un servicio médico que no debería costar un centavo al asegurado, pero esto es el Perú.

Ven, me dijo, pasa. En apenas tres o cuatro pasos atravesé el pasadizo hasta detenerme de golpe en el preciso instante que atravesé las puertas del área reservada para cirugías y cesáreas. Antes que me dijera nada ya lo sabía. Lo siento mucho, hice todo lo que pude, me dijo, agregando otras cosas más que no atendí, porque en ese momento para mi el mundo acabó.

¿Qué pasó? interrogaba mi mirada lacónica, perdida, ausente de mi mismo. Pasa, conversa con el pediatra, me dijo el doctor. En ese instante el mundo para mí perdió sentido, y todo lo que lo ocupaba, objetos, personas, perdieron forma y volumen. Las voces que me hablaban parecían provenir de todas las direcciones, era como si me encontrara dentro de un enorme caracol. Todo era negro salvo la luz del foco que alumbraba la balanza sobre la cual estaba tendido el cuerpecito tuyo Facundo. Me acerqué a ti para besarte la frente y todavía estabas calientito, una sensación que produjo espasmos de fantasía y simulacros de dicha que el pediatra aniquiló con su respuesta a la interrogante que ni siquiera tuve tiempo de hacer. Es el foco señor, por eso está tibio. Puse el dedo índice de mi mano derecha entre los dedos de la tuya, esperando que lo apretaras y mientras lo hacía era a mi corazón al que fuerzas extrañas y desgarradoras apretaban hasta el dolor.

Las lágrimas nublaron mis ojos y empaparon una de tus mejillas y seguías tibio. Hubiera dado la vida porque en ese preciso instante, como ocurre en los cuentos de hadas, ocurriera un milagro y despertaras; a la vez que deseaba que en ese mismo instante la vida acabara, o algún ruido lo suficientemente poderoso me despertara de esa voraz pesadilla que me devoraba estrujando mi cuerpo, porque sentía que el dolor me quebraba todos los huesos, porque quería que fuera no más que eso, una horrible pesadilla. Pero era verdad, no tenías vida, y yo tampoco. Se acababa de romper una ley natural: aquella que señala que deben ser los hijos los que deben enterrar a los padres.

Después de ese momento fui a buscar a tu mami, pero aún no volvía de la sala de operaciones. Mi papá y mi hermana fueron a mi encuentro, pero ni sus besos, ni sus abrazos, ni sus palabras sirvieron para mitigar el dolor; sí lo hicieron para devolverme parte de la razón que creía haber perdido con tu partida. Tenía que velar por la salud de tu mami; debía asegurarme que ella esté bien.

Una hora después la llevaron a la habitación que ocupó durante tres días conmigo acompañándola. La primera noche fue la más difícil de nuestras vidas. No podía decirle la verdad, tuve que mentirle. Tragar saliva y aguantar la respiración antes de decir cualquier cosa. Con los efectos de la anestesia aún, tu mami no hacía otra cosa que no sea preguntar por ti. ¿Y cómo es? ¿a quién se parece? me preguntaba cada veinte minutos, entre dormida y despierta. A mi, dicen, le respondía. ¿Está bien? ¿por qué no me lo traen? me reclamaba, Porque ha tenido un problemita al corazón y otro respiratorio, le decía yo, no está muy bien y lo tienen en una incubadora, le mentía.

Al promediar las cinco de la mañana, ya no pude soportarlo más y me quebré en llanto, mientras le contaba lo sucedido, volviendo a sentir tu ausencia. Éramos dos rostros desfigurados por una tristeza hasta entonces desconocida.

La tarde del lunes 4 se produjeron las exequias. Antes de ello tu mami pidió despedirse de ti. Me negué en todas las formas pero insistió en que tenía que hacerlo, que era su derecho conocerte, verte, sentirte, para despedirse de ti. Y así fue. Aquella escena fue desgarradora. Al igual que las mías en su momento, sus lágrimas mojaron tu rostro y en un instante breve como el aleteo de una mariposa, en su rostro se dibujó una sonrisa, mientras te dedicaba algunas palabras. Puedo asegurártelo: ella te extraña un poquito más que yo, y también habría dado todo, hasta su vida, por tenerte aquí entre nosotros.

Pero como se lo hice saber a tu mami en su momento, "...Derrumbado, ya ocurrida la desgracia del fin de los sueños, cuando lo onírico resulta la nada, formando parte de la vida, y todo lo que de ella se tuvo, de un basto recuerdo, muertos y lejos de este mundo complicado, la ilusión vuelve a nacer en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Entonces, el misterio encuentra acaso sólo una explicación: el amor prolonga la existencia de aquello que pudo conocer de él. La inmortalidad se alcanza, existe y seguirá existiendo mientras la esperanza y la fe pueda encontrarse en cualquier rostro que exprese un sencillo pero tierno gesto de afecto. San Agustín no se equivocó al decir que la única medida del amor es amar sin medida, porque así es como se logra la totalidad, la permanencia en el tiempo, la vigencia de lo bello, de lo necesario".

Nos ha costado mucho superar esta experiencia, aprender a convivir con ese cúmulo de recuerdos y sensaciones que están aquí con nosotros. Pero aquí estamos y seguimos estando, conjugando aquel verbo y cuantos otros más sean necesarios con Zoe, tu hermanita. Y como sea que pueda leerse lo siguiente, pronto nos veremos ¿no? Porque cuando abunda el amor, el tiempo y el espacio es nada, aun cuando los límites puedan ser trazados por la geografía o definidos por la materia. (L011020140508)


Escrito por

Martin Cabrera

Escribo porque no decir nada, no conjugar un verbo, te convierte en piedra. Escribo para abrir camino y porque la palabra es libre. @martcab


Publicado en

El Guineo

la palabra libre